La Música de los Inicios del Cristianismo

Hace más o menos 2000 años, se dio un acontecimiento que definió la historia de la Humanidad, indiferentemente de las creencias espirituales de cada uno de nosotros.

Un personaje místico como no ha habido otro en la historia fue condenado y ejecutado por los romanos en Judea. Su mensaje de una vida de paz y compasión, centrado en buscar el bienestar de nuestros semejantes y una armonía en la relación con el Ser Supremo, y no tanto en los preceptos que había llegado a establecer el clero de su época, creó todo un movimiento dentro del judaísmo que no murió con su ejecución.

Jesús de Nazareth y sus primeros seguidores, los Apóstoles, fueron judíos (excepto uno de ellos). Jesús fue reconocido por muchos de ellos como El Ungido (“mashia” en hebreo; “christós” en griego), el liberador que había sido prometido al pueblo de Israel desde el Antiguo Testamento.

Posterior a la ejecución de Cristo, el apóstol Pablo (un cobrador de impuestos romano proveniente de Tarso, ciudad perteneciente a la actual Turquía, convertido al conocer a Jesús), tuvo un papel muy importante en la difusión del Cristianismo. Sus viajes por todo el Imperio Romano sirvieron para expandir la filosofía a pueblos del Oriente, como lo demuestran sus cartas a comunidades como Antioquía, Éfeso (ciudades de Turquía), Atenas y la misma Roma. En ellas, presenta a Jesús como el modelo de liberación y de vida eterna, y al cristianismo como una religión universal, capaz de acoger a judíos y a gentiles. Esta difusión, y la actitud relativamente abierta que encontró por parte de los habitantes del Imperio, se debió al período de la “Pax Romana”, una época de estabilidad en la historia de Roma que coincidió con el reinado del Emperador César Augusto. A pesar de las luchas armadas que se libraron, que no llegaron a ser de grandes dimensiones, las leyes y costumbres romanas iban aceptándose en todos los territorios, y esto ayudó a la expansión y desarrollo económico del Imperio. Los romanos, igualmente, permitieron la existencia de costumbres y creencias propias de las diversas regiones, siempre y cuando no significaran un verdadero problema para ellos. El Cristianismo, con su doctrina de paz, no tuvo problema en alcanzar más y más territorios.

Al diseminarse el cristianismo por todo el Imperio, se esparcieron con él todas las ceremonias propias de la religión judía que este había aceptado como propias, tal y como se llevaban a cabo en las sinagogas. Cuando los grupos de cristianos comenzaron a reunirse en las primeras catacumbas, los salmos eran cantados a la manera antigua de los hebreos, de forma antifonal (dos coros que alternan el canto, a manera de pregunta-respuesta), y aprendidos de forma oral de generación en generación. Los instrumentos musicales no eran usados en esos servicios, en parte por la dificultad de trasladarlos hasta esos sitios, en parte para evitar ser escuchados por los romanos que los perseguían, y en parte porque los instrumentos musicales, sobre todo la flauta y la lira, eran asociados con las orgías de las cortes de los emperadores. Era necesario que estas reuniones fueran lo más secretas posibles. Por esa razón, la música se convirtió en algo muy discreto (posiblemente los cantos fueran entonados en un volumen muy bajo, incluso susurrando), fue esencialmente vocal, y utilizada para alabar a Dios. La música festiva secular, con todo tipo de instrumentos y sonidos agudos y estridentes, y los comportamientos de desenfreno que provocaba, simplemente no tenía cabida en las catacumbas.

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Catacumbas de San Genaro, cerca de Nápoles. Música vocal al estilo de las sinagogas hebreas, sin instrumentos y dedicada a la oración.

Durante los 300 años posteriores a la muerte de Cristo, la nueva iglesia experimentó un crecimiento constante, a pesar de las persecuciones por parte del Estado. En estos años, se establecieron sus primeras estructuras y las de sus rituales, y se definieron los primeros textos de su doctrina. Hubo varias corrientes dentro del cristianismo, hasta que en el año 313 d.C., a través del Edicto de Milán, la religión cristiana se convirtió en la religión oficial del Estado Romano. Doce años después, el mismo Emperador Constantino convocó el Concilio de Nicea, y a partir de ahí se empezó con la definición de toda la teología común del Cristianismo.

Para difundir esta nueva teología, la música jugó un papel fundamental. La Iglesia Cristiana era ahora la única autoridad moral y espiritual oficial. Desarrolló todo el conocimiento académico y científico válido de su época (sigue teniendo un enorme poder hasta la actualidad), y desde luego, la música que produjo se convirtió, por defecto, en la única música autorizada. Esto no quiere decir que la música popular dejara de existir, desde luego, pero la sistematización de esta última no llegó a ser tan amplia en un inicio. Aun así, conocemos de finísimos ejemplos de música secular que comentaremos más adelante. Por ahora, abordemos las principales características de la música de los inicios del cristianismo.

Características de la Música de los Inicios del Cristianismo

El desarrollo de medios de escritura musical definidos, aunque inexactos, nos ha permitido estudiar y conocer con más detalle cómo fue la música de este período. De hecho, las bases de la escritura musical moderna se establecieron entre los años 500 y 1000 d.C., y es parte de lo que veremos más adelante.

En la música de este período, las melodías usan un rango bastante reducido, y se basan únicamente en las notas naturales de la escala musical (Do-Re-Mi-Fa-Sol-La-Si), que corresponden con las teclas blancas de un piano. Las notas intermedias, que corresponderían con las teclas negras del piano, rara vez se utilizaron. Los movimientos son por notas contiguas, o si acaso en saltos de una o dos notas, tanto ascendente como descendentemente.

La escritura es monofónica (mono: uno; phono: sonido, voz); esto quiere decir que hay una sola línea de melodía, sin acompañamiento de otras voces. Solo suena una nota a la vez.

Esas melodías constan de notas breves que básicamente tienen la misma duración, equiparable con la pronunciación clara de una sílaba del texto. Algunas de ellas eventualmente se extienden un poco más, dependiendo del texto al que están asociadas. También puede haber varias notas que se cantan sobre una vocal del texto, que sea apropiada para ese fin, a manera de adorno.

Toda la música asociada a la iglesia cristiana primitiva es vocal, escrita para voces masculinas, salvo pocas excepciones. Los textos pueden ser cantados por un coro completo, por un solista que es contestado por el coro, o por dos coros que se responden o alternan fragmentos del texto. Los textos siempre son religiosos, estrictamente en latín, y podían ser tomados directamente de la Biblia o bien escritos por alguna persona autorizada, normalmente un clérigo. Un detalle importante es que todas las composiciones son anónimas, y las que se asocian con algún personaje es porque este las escribió en algún códice, no precisamente fueron de su autoría.

No podemos olvidar que esta música tenía además una intención de recogimiento, como una oración cantada, en contraste con los timbres agudos y brillantes producidos por los instrumentos musicales de las músicas festivas o militares.

Figuras importantes y aportes

La primera figura importante que surge en la música de los inicios del cristianismo es Ambrosio, Obispo de Milán (333 – 397 d.C.). Ambrosio recopiló los viejos cantos que estaban en uso en aquel momento, y estableció la estructura de los servicios de la iglesia, particularmente las partes de la misa, y con ello, los cantos destinados a cada parte del servicio. Sus misioneros fueron enviados hasta el norte de Europa, con la tarea de enseñar el canto “ambrosiano”. Ambrosio usó cuatro de las escalas o modos griegos como base de su teoría musical.

Para este momento, ya se había desarrollado un tipo de escritura musical, que se llama notación neumática (la palabra “neuma” proviene del griego, y significa soplo o respiración). Consistía en una serie de signos, pequeños cuadrados, círculos y líneas, a veces con diferentes colores, que se escribían por encima del texto y representaban las alturas de los sonidos, sin especificar su duración. Más que una notación específica, era un tipo de ayuda para el cantante, y marcaba los acentos de las palabras. Los cantos, aun así, se aprendían primordialmente según la tradición oral.

El siguiente gran paso en el desarrollo de la música de este período lo debemos al Papa San Gregorio Magno (540 – 604 d.C.), quien estableció toda una tradición del “canto llano”, como es conocido también este tipo de composición musical. La influencia fue tan fuerte, que por esta razón al género del canto llano se le llama generalmente “canto gregoriano”, y aún era usado en las celebraciones religiosas católicas no hace mucho tiempo. En épocas recientes, gracias a las grabaciones, es posible escuchar esta música en interpretaciones más cercanas a cómo pudieron haber sido cantadas en los siglos VI al XIX. Lo cierto del caso, es que Gregorio posiblemente no escribió ninguna composición, sino que las recopiló con un tipo de notación más clara, que hacía uso de tres líneas horizontales paralelas, para representar las diversas alturas de las notas. Estos cantos fueron compilados en un libro llamado el Antiphonarium. Como dato curioso, es famosa una pintura de San Gregorio dictando los cantos a un escriba, recibiéndolos a su vez de un ave posada sobre su hombro (¿el Espíritu Santo?).

Gregorio amplió el uso de las escalas basadas en los modos griegos. Sentía además que los cantos de la iglesia debían estar completamente separados de la música secular, y estableció reglas muy estrictas para el uso, así como una estructura definitiva para los servicios eclesiásticos. Para uniformar estas disposiciones, fundó escuelas de coristas en las que cada sacerdote aprendía el canto gregoriano. Más adelante, una copia del Antiphonarium fue enviada a Suiza, para enseñar a los misionarios que debían llegar hasta las regiones más al norte de Europa.

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Himno a San Juan Bautista, notación neumática original (izq.), notación neumática moderna (sup. der.) y transcripción a notación en pentagrama.

A pesar de aportes menores que hicieron otras personas en el desarrollo de la música, fue un monje italiano quien hizo un aporte mayor en esta historia, particularmente en lo relacionado con la notación y la teoría. Guido d’Arezzo (995 – 1050 d.C.) fue un verdadero maestro, que desarrolló un método para enseñar el canto y la lectura musical asignando las diversas notas a puntos de su mano, haciendo que sus estudiantes cantaran una altura determinada al señalar las diversas ubicaciones. Esta forma de cantar y reconocer las notas es la base del solfeo (palabra derivada del nombre de dos de las notas: sol y fa) moderno, que aún es practicado por los estudiantes en las escuelas de música por todo el mundo.

Guido además se percató que cada línea del Himno a San Juan Bautista iniciaba en una nota más alta que la línea anterior. Se dice que Guido tomó la primera sílaba de cada línea para enseñar las siete notas de la escala:

Ut queant laxis.

Resonare fibris.

Mira gestorum.

Famuli tuorum.

Solve poluti.

Labii reatum.

Sancte Iohannes.*

*Traducción al español: Para que puedan exaltar a pleno pulmón las maravillas estos siervos tuyos, perdona la falta de nuestros labios impuros, San Juan.

La primera nota es “Ut”, que más tarde, en el siglo XVII, se cambió por la sílaba “do”, porque supuestamente era más fácil de cantar. Según algunos estudiosos, el cambio más bien se debió a un poco de vanidad del teórico que la introdujo: Giovanni Battista Doni. No obstante, en las ediciones musicales francesas sigue utilizándose la sílaba “ut” para esa nota. La nota “Si” se formó al tomar las iniciales de “Sancte Iohannes”.

Guido añadió una línea horizontal a las tres que ya existían en el tiempo de Gregorio Magno, y de esta manera nació el tetragrama (literalmente “cuatro líneas”), que fue empleado durante mucho tiempo para la notación neumática. También asignó diferentes colores a las líneas, e indicó, mediante letras a la izquierda del tetragrama, cuál nota se escribiría sobre una línea determinada. Esas letras fueron C (Do), G (Sol), y F (Fa). Así, dio una referencia para la ubicación de todas las demás notas. Las claves en las que se escribe la música moderna son simplemente una transformación de ese sistema.

Música Secular

Mientras que la ciencia de la música era desarrollada por la iglesia, el verdadero espíritu de la música estaba en manos de la gente común. La verdadera concepción de las artes surge de la vida diaria del pueblo, y esto es tan cierto en estas épocas tan tempranas como en las tendencias más modernas.

Los cantores del norte de Europa se dividieron en dos clases: por un lado, estaban los bardos, que narraban historias de caballería; y los ministriles, quienes además de sus actos musicales, hacían trucos, y frecuentemente eran actores en las obras de misterios y milagros de la época. En Francia, fueron conocidos también como juglares y trovadores.

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Detalle de una página del «Jeu de Robin et Marion», de Adam de la Halle. Música popular en notación neumática.

Más adelante, y como resultado de las Cruzadas, se produjo un período conocido como la “Edad de la Caballería” (siglos XII y XIII). A este pertenecen los trovadores de Francia, España e Italia, y los Minnesänger (Minne = amor; Sänger = cantores) de Alemania. Estos hombres trajeron consigo, desde Oriente, instrumentos, poesías y música del Lejano Este, que rápidamente fueron asimiladas como propias. Debemos tomar en cuenta que, en esta época, los trovadores y juglares cumplieron no solo con una labor artística, sino también informativa: las canciones heroicas fueron la única forma de enterarse de las hazañas y de las peripecias de los guerreros que partían a tierras lejanas, en nombre de la religión. Entre los trovadores más famosos se encuentran Ricardo I, rey de Inglaterra, más conocido como Ricardo “Corazón de León” (1157 – 1199 d.C.), y Adam de la Halle (1240? – 1287? d.C.), el “Jorobado de Arras”. A este último, debemos la opereta pastoral “Jeu de Robin et Marion”, una de las primeras narraciones de la historia de Robin Hood.

Los trovadores escribieron sus canciones en el estilo simple de la canción, y acompañaron las melodías con algún instrumento portátil de cuerdas, como el laúd. Esto fue así por razones prácticas: además de ser instrumentos fáciles de cargar mientras se caminaba o se cabalgaba, permitían también que el artista cantara mientras tocaba. Los compositores se valieron del sistema de notación que había desarrollado la iglesia, y así, escribieron sus canciones con neumas. Muchos de los trovadores eran miembros de los estratos sociales más altos, sabían leer y escribir, y sin duda conocieron también los detalles de la educación musical perfeccionados hasta entonces en monasterios y abadías. Es curioso, no obstante, que en algunas ocasiones ya emplearon el sistema con cinco líneas, similar al pentagrama que usamos en la actualidad.  En las presentaciones públicas, era común que emplearan juglares que actuaban lo que iba diciendo el texto.

En contraste con el canto llano, los estilos de los trovadores son mucho más rítmicos y brillantes, y es común que los ritmos tengan una base de células de tres notas. Ya no se usa únicamente el latín, sino que se emplean los idiomas antiguos propios de cada región. La escritura es pensada para una voz solista con acompañamiento, no para un coro, y desde luego, los temas son seculares por completo, y cuentan desde narraciones épicas hasta canciones de amor, a veces bastante atrevidas para su época. En muchas ocasiones, el autor sí es reconocido; el anonimato empieza a desaparecer.

Una situación muy particular, que con seguridad no sucedió en un solo lugar, es la de los goliardos: estudiantes y clérigos que llevaban una vida “desordenada”. La obra más famosa de este grupo de artistas rebeldes es la colección de cantos llamada “Carmina Burana”, que se hizo muy famosa gracias a la musicalización moderna, para orquesta sinfónica de grandes dimensiones, solistas y coros, que hiciera Carl Orff en la primera mitad del siglo XX. El nombre de la obra significa literalmente los “Poemas de Beuren”, dado que el único manuscrito conservado fue encontrado en la Abadía los Monjes Benedictinos de Beuren, al sur de Alemania. Los poemas están escritos en latín medieval, otros en alemán y unos más en francés antiguo. Algunos mezclan todos esos idiomas. Los temas hacen alusión al gozo por vivir, los placeres terrenales como la bebida, al amor carnal y a la naturaleza. Se satirizan todas las clases sociales en general, especialmente las relacionadas con la realeza y la Iglesia. Así, los goliardos emplearon el conocimiento científico de la música y de su escritura, para legar importantes manifestaciones artísticas de su época, que estaban alejadas de los temas religiosos.

No se puede ignorar que los trovadores, juglares y demás, no fueron únicamente reconocidos por su música, sino también como grandes poetas. No se podría decir que los sonidos y las palabras fueran concebidos por separado; más bien eran partes de obras integrales, que cada vez se fueron haciendo más complejas.

Tanto en la música eclesiástica como en la secular, es posible que los artistas empezaran a cantar en diferentes voces, y con complicaciones rítmicas avanzadas mucho antes de encontrar la forma de escribirlas. Aun así, se considera que el inicio de la polifonía (poli: muchos; phono: sonido, voz) se ubica alrededor del año 1100 d.C., en la Escuela de Notre Dame, en París. Una vez más, el avance en la ciencia de la música recayó en la cada vez más poderosa Iglesia, y la polifonía medieval llegó a tal nivel técnico y filosófico, que requiere un análisis por separado.

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